sábado, 10 de noviembre de 2007

La teología de la relatividad

Desde que Galileo incurriera en la rabia de los Papas por su herejía, colocando el sol en medio del universo, la ciencia y la religión católica han mantenido un diálogo tenso y muy poco amistoso.
La curia, intolerante de toda oposición, cuando se la contradice, recurre a la persecución franca de todos quienes resisten el dogma que ellos establecen. La Inquisición, el arma creada contra el desacato, en tiempos de Galileo, pronto dispuso que las piras de los actos da fe se encendieran para castigar los rebeldes impíos. En lo que no estaban aislados. La Inquisición de Calvino, en Suiza, haría lo mismo quemando vivo, convicto de herejía, al ilustre médico español Miguel Serveto (1511-1553), quien fuera quien primero describiera el sistema circulatorio pulmonar.



Miguel Serveto

Con su vida pagan, a veces, quienes se aventuran a diferir…

El imbroglio de Galileo dio comienzo a un período de represión ideológica, e imposición rígida, por parte de la Iglesia, que algunos no pudieran tolerar; por esa razón tantos más pagarían con sus vidas, por que no se sometieron a la dictadura del clero.

La Inquisición en teoría, como tal, ya no existe, aunque su "oficina" aun reside en el Vaticano. Empero, aunque la represión no exista como la creara su arquitecto Santo Domingo de Guzmán, la Iglesia Católica no se ha tornado más tolerante de quienes sus doctrinas cuestionan. Por ello, el autoritarismo residual que todavía caracteriza el modo de pensar del Pontífice reinante, sea político, científico o eclesiástico, para algunos, es intolerable e inadmisible.

Nosotros nos contamos entre aquellas personas no satisfechas con que otros nos guíen en asuntos tan importantes como son: la existencia de un Dios, la infalibilidad del Papa, el origen del universo, cómo y cuándo comienza la vida y hacia dónde nos conduce la muerte.

Para quienes así pensamos, es necesario que evaluemos prolijamente lo que todos, científicos o religiosos, nos procuran instruir; cuando lo hacen como si ellos fueran los únicos que gozan acceso a las verdades eternas.

La ciencia y la religión
La ciencia y la religión partieron compañía hace muchos años siguiendo divergentes derroteros. Las religiones quedarían inmovilizadas mientras que el progreso científico continuaba acelerando. En 1866 el monje austriaco Gregor Mendel descubrió las leyes de la herencia, sin que sus trabajos fuesen reconocidos hasta cien años después de su muerte. Antes de Mendel, Darwin publicó su obra cumbre On the Origin of the Species en 1859. Si, por coincidencia, Darwin hubiese tenido acceso a los hallazgos de Mendel, su trabajo hubiese sido fortalecido en su relevancia. De todos modos, por coincidencia e independientemente, Darwin y Alfred Russel Wallace, al unísono descubrieron la misma teoría sin, al principio, saber uno de las labores del otro. Así, como en otras publicaciones nuestras hemos señalado, es como, a menudo avanza, el descubrimiento científico --- por serendipia y coincidencia.

Pero, no fue hasta que un niño con problemas de aprendizaje y como adulto, empleado menor del gobierno suizo, nos impulsara en nuevas direcciones, hasta entonces, por todos insospechadas. El niño, de que hablamos aquí, fue Albert Einstein, quien nos diera la Teoría de la Relatividad, en la que basamos este proyecto.

La teoría de la relatividad
Un cambio paradigmático en el espectro del pensamiento científico tuvo lugar cuando, impulsando el estado de la ciencia, en el año 1905 el desconocido físico teutón, Albert Einstein, publicó unos artículos seminales acerca de la, hasta entonces desconocida, Teoría de la Relatividad.

Para el mundo, se llamaría La Teoría de la Relatividad. Para los científicos se llamaría la Teoría General de la Relatividad, proponiendo su autor, la fórmula tan simple como famosa, E=mc2 la cual explicaremos más adelante, como parte de la biografía de este genio entre genios.

Pero, ¿quién era este Albert Einstein?

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